¿Qué es el arte?, le preguntaron a un amigo no muy preparado, y éste contestó sin ínfulas y con marcada seguridad: morirse de frío en plena madrugada.
Es que el arte y su definición no es un hecho absoluto. Depende del sujeto y del contexto social, histórico, cultural, etc.
Me atrevo en estas líneas a abordar el tema de manera heterodoxa.
Podríamos entrecruzar puentes imaginarios entre el renacimiento, el arte moderno, el pop art, el posmodernismo y diferentes artistas y disciplinas e imaginar qué ocurriría si diferentes artistas pudieran opinar, más allá de los siglos, de las obras que otros creadores plasmaron.
Imaginemos a Leonardo por ejemplo; excepcional, travieso, abierto a todo, polifacético y vanguardia en una época de vanguardia. Imaginémoslo creando su obra favorita, la que preservó pese a todo hasta el final de su vida. ¿Qué de enigmático tiene su sonrisa? ¿Qué picardía oculta esta pintura? Quizá lo que oculta está fuera de la tela; se oculta a sí mismo travestido y retratado y en la parte inferior, la que no se ve en la tela, quizá esté la clave de la sonrisa. Bisexual y libérrimo, tal vez, mientras pintaba su homoretrato, alguno de sus aprendices le gratificaba con una ligera fellatio de ocasión sin mayor compromiso que el de un divertimento ocasional, que eso era, en esa época renacentista, el sexo.
Quizá Leonardo, como ningún otro, sería capaz de apreciar el arte contemporáneo con una mirada amplia y abierta sin estrecheces, con humor, con comprensión; como sería capaz de admitir y tolerar de buen talante que sus códices se encuentren en manos de Bill Gates sin espantarse, ya que él mismo supo, a lo largo de su vida, trabajar y crear gracias a diferentes mecenazgos, entre ellos los de Ludovico Sforza y algún vástago de Papa no muy santo y luego para León X y los Médicis.
En cambio cabe preguntarse acerca de Michelangelo Buonaroti, persona huraña y hosca si las hubo entre los genios del renacimiento; ¿qué opinión le merecería al autor de La piedad, una escultura de Moore? ¿una obra maestra de Rodin? Me atrevo a suponer que cualquier estatuilla de Moore para Michelangelo sería tan solo una piedra en bruto con algún atisbo de boceto y que una obra maestra de Rodin podría apreciarla pero le llevaría a exclamar, sin dudas, una falta de técnica notoria para el acabado perfecto de la obra.
¿Qué impresión se llevaría Velázquez frente a algunas obras de Andy Warhol? Además de suponer que fue el inventor de la sopa enlatada Campbells y el promotor de Marilyn Monroe seguramente poca cosa más podría esperarse de este genio académico. Asimismo, si observara las obras de Jackson Pollock del periodo del action painting sólo podría suponer que cuando estaba preparando las telas tropezó con los tarros de pintura abiertos y nunca imaginaría que el artista alcohólico y la señora Guggenheim cotizarían en decenas de miles de dólares estas obras chorreadas irregularmente con ritmos irrefrenables desde las latas, mientras Pollock fumaba y bebía en su garaje a un ritmo frenético ajeno a la concentración y la serenidad de un artista de caballete.
Dejemos por un momento las artes plásticas y pensemos en el campo de la música; pongámonos en la piel de Beethoven, creador de nueve sinfonías, que han atravesado siglos, indemnes; creador de Fidelio y tantas otras obras; imaginemos a este grandioso músico escuchando, por ejemplo, a Shakira, Hip Hop, o cumbia villera. ¿Qué diría? Nada; felizmente perdió la audición.
Entremos en el campo de la literatura; pensemos en Shakespeare o incluso aceptemos la hipótesis de Sir Francis Bacon, pero detengámonos en Hamlet o en Macbeth, en esas maravillas en lengua inglesa: Come what come may, Time and the hour runs through the roughest day. Pensemos en Cervantes, en Borges, en Cortázar, en García Márquez y sus Cien años de Soledad; ¿hay en esa biblioteca lugar para Paulo Coelho, para Agatha Christie, Dashiell Hammett, y tantos otros por el estilo? Desgraciadamente sí. Pero habría que destinar ciertos estantes inalcanzables.
¿Qué separa a un Frank Lloyd Wright de un Mies? La pradera, la ética y la poesía.
Volviendo a la plástica y acercándonos a las líneas finales; Pensemos en Francisco de Goya y en el periodo en que su pintura reflejó los horrores de la guerra de independencia; sin duda actuó como un verdadero cronista de su tiempo y reflejó los hechos. No importa si explícitamente tomó partido o no; sus trabajos expresan por sí mismos la realidad en su cruda brutalidad. Al igual que el Guernica de Picasso son un testimonio de lo que la bestialidad humana y la guerra pueden desencadenar al caer sobre la gente. Se dice que los nazis al ver la obra preguntaron a Pablo: ¿Usted hizo esto? No; esto lo hicieron ustedes respondido el artista.
Quizá para cosas así sirva el arte y también, porqué no, el sentido del humor.