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lunes, 26 de septiembre de 2016

RELATO CON ACOTACIONES

Ayer estaba recordando, involuntariamente, un día especial muchísimo tiempo atrás, en mi infancia, y aquella mascota que me regalaron. Era un día de lluvia y frío; el viento movía los árboles más importantes, incluso el paraíso que estaba adelante, en el jardín, casi junto al muro que tenía una reja negra con adornos torneados; la había hecho, con tiempo y cuidado, un herrero de esos que ya no se encuentran y que vivía en la misma manzana que mi familia; la vereda estaba sucia todo el año. Una época por las hojas amarillas y secas, otra por las semillas verdes y casi esféricas, como pequeñas pelotitas, con las cuales, con los amigos de la cuadra, hacíamos guerrillas con cerbatanas hechas con rollitos de papel del diario El Día, más exactamente con las hojas del suplemento color sepia, el que traía historietas de Tarzán en la contratapa; otras épocas por las flores dulzonas que llenaban la cuadra de mosquitos. Por eso en casa todas las ventanas tenían mosquitero. Me daba miedo el viento; cada vez que esto pasaba yo me refugiaba bajo la cama; esa cama de madera de roble, que había sido de mi madre cuando, ella también, había sido niña. Todos sabemos cómo son las niñas, o imaginamos un estereotipo de lo que era una niña en la época de los tranvías, esas máquinas que, cuentan, tenían su encanto y, quienes vivimos en esta era de la tecnología, acaso ni concebimos como medio de transporte; esa época de los tranvías, como dije y, por tanto, esa época muy anterior a que existiera la televisión. La primera televisión en esa casa fue una RCA Victor, la marca del perrito.
Le llamé Tomy.

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