La pantalla del plasma se
enciende programada; despierta a las dos y treinta de la madrugada a Sofía;
abre los ojos sin ver las imágenes. Su cuerpo ya está sentado al borde de la
cama. Camina dormida hasta el baño; se ducha sin dejar que los pensamientos y
las emociones interfieran. Es muy temprano y solo la rutina permite que el día
se desarrolle sin acechos.
Vuelve desnuda y húmeda a su
cuarto; se viste, prepara su bolso, mira hacia afuera desde la ventana; llueve.
Piensa en su calzado; piensa si debe llevar unas botas. Piensa en su paraguas
colgado al lado de la puerta.
Baja las escaleras muy despacio;
sin ruido. Sabe que en su edificio todos duermen; todos duermen en su mundo.
Antes de salir se mira en el espejo que cubre la pared al costado de la puerta
que da a la calle. No le gusta lo que ve; nunca le gusta.
El aire es frío; la lluvia es fría.
Se coloca sus guantes y piensa
que debería haberse aplicado la crema protectora en la cara. Sabe que no tiene
tiempo para volver. Camina las tres cuadras que la separan de la parada. Ahora
sí está despierta.
No le gusta caminar esas tres
cuadras; piensa en subir al ómnibus. No le gusta ver a un hombre borracho en
una de esas cuadras; lo ve mirándola. Lo ve sin mirar. Quiere llegar a la
parada; su primer objetivo.
Llega su ómnibus puntual como
todos los días; sube y siente alivio. Por el resguardo, por lo conocido, por el
buen día del conductor. Es una hora en la que cualquier cosa parecida a la
amabilidad le hace sentirse segura.
Toma asiento en el mismo lugar de
cada día. Piensa en el segundo objetivo. Llegar y caminar las siete cuadras
hasta su trabajo; siente que sus latidos son más fuertes. Como a diario cada
vez que cumple como un rito cada paso.
Mira hacia afuera a través de los
vidrios sucios por dentro y mojados desde afuera; todo es vacío, silencio. La
gente es vacío; la gente es silencio.
Se levanta y acerca hasta la
puerta delantera para bajar; da las gracias al chofer para oírse; escucha su
voz desde otra parte.
Abre su paraguas rosa; siente que
su cara duele y se moja. Ya no siente sueño. Siente otra vez su corazón y el
miedo diario de esas cuadras frías y negras. Cruza la calle con dificultad. El
viento es intenso y cierra el paraguas luchando con sus manos; evita charcos
con sus pies. Mira hacia adelante; no hay un alma.
Piensa en el intento tonto de
correr y sabe que es inútil; se mojará igual. Serán siete cuadras igual.
Quiere llegar a su trabajo para
secarse en el baño; tomar café caliente, comer la manzana que tiene en su
bolso. Cambiarse las botas empapadas, colocarse el calzado que tiene en un
cajón de su escritorio.
Falta menos para eso; respira
profundo. Mira un foco y ve la lluvia de otra manera a través de la luz amarilla;
le parece estúpido y hermoso. Casi sonríe pero cae violentamente contra el
piso.
No entiende qué pasa; siente
dolor en las manos. Siente estallar su cabeza y su corazón salirse. Quiere
ponerse de pie y algo la retiene; no puede entender. Sus ojos están cubiertos
de agua; su ropa mojada. Hace un esfuerzo para ver, para pararse; siente un
bulto de trapos que se mueven y algo que la toma con rabia del borde de su
abrigo; oye unas palabras sin sentido. Se resiste y golpea con sus manos
mientras logra parase. Ese bulto de trapos también se pone de pie; siente un
olor inmundo que se le encima y palabras que no entiende.
Quiere gritar y no puede.
Siente sus sienes estallar; ve el
bulto caer. Siente su olor y le repugna.
Hay silencio ahora.
Aclara su mirada de la lluvia y del
terror; ve su paraguas rosa clavado en ese bulto; con esfuerzo arranca el
paraguas y corre hasta otra esquina. Respira. Comprende que dejó su bolso;
vuelve a caminar esa cuadra hasta el bulto quieto en el agua roja.
Se vuelve otra vez pensando en
llegar a su trabajo; gira un instante su cabeza y mira otra vez esa luz
amarillenta que muestra la lluvia de otra manera. Sonríe; es hermoso, piensa.
Llega a su trabajo cuarenta
minutos antes, como siempre; saluda al guardia, sube las escaleras. En el
edificio hay calefacción; va quitándose el abrigo empapado y sucio de barro
camino al baño, se mira en el espejo y ve su ropa limpia.
Seca su pelo y su cara; se peina.
Va a su escritorio y se cambia de calzado.
Sube al tercer piso; allí está la
cafetería. Llega a la máquina y coloca unas monedas. Café fuerte, largo; extra
azúcar. Se sienta a una mesa junto a la ventana; saca su manzana del bolso.
Mira hacia afuera a través de los ventanales cubiertos de gotas. Bebe un largo
sorbo espeso; muerde la manzana. Va a ser un día tranquilo, piensa; es hermoso,
piensa. Sonríe.
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