Secarse, descansarse, desnudarse, descalzarse. Sacarse el cansancio y los zapatos. Afuera la lluvia tal vez haya dejado de caer, mojar, desnudar lo seco, desandar el cielo, dejar las nubes y tomar tierra para mojarla y que los zapatos dejen las huellas que ahora dibujan la alfombra en esta habitación desnuda y descalza. Secarse los pies y sacarse los pies para volar hasta la botella de gin y colocar dos piedras en el vaso chato y ni siquiera esperar a que el frío llegue a tomar contacto con el líquido. Sacarse el hielo, secarse el hielo; afuera quizás todavía llueva sobre otros zapatos que dejarán otras huellas que son las mismas de otros pies descalzos y cansados de tanto hielo y frialdad que ni siquiera llegan a tomar contacto con otras huellas con lluvia o sin lluvia.
Me tiro en el sofá y abro el álbum con las fotos que tomó esa mujer en su último viaje a la isla y veo sus pies descalzos dejando huellas en la arena y otra vez el agua y yo tirado en la hamaca con el sombrero panamá cubriendo mis ojos. De la sombra de las palmeras se desgranan cantos de pájaros que me duermen y estoy en el mar y mis pies descalzos descansan flotando con un cuerpo que es el mío inmediatamente después de sus tobillos.
Me mezco y las fotos caen de mi mano justo encima de los zapatos descalzos de mis pies. Ahora que no sé cuándo es, me despierto y tomo el vaso ya sin hielo y sin frío y el trago tiene sabor a sal y a mar, lo dejo en la arena descalza sin huellas de nadie tan cansado como yo. Esa mujer me despierta con masajes en mis pies descalzos llenos de arena mientras afuera la lluvia cae en los zapatos que dejé en las islas.
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